Serie R. TP. Cap. 5. DE TI APRENDÍ.

 







DE TI APRENDÍ

De ti aprendí
a borrar las letras de lapicero con miga de pan,
a sacar punta al lápiz con un cuchillo;
que cada cosa tiene un sitio y cada sitio es para una cosa,
que por las noches nos vamos a Madrid y por el día nos quedamos aquí,
que es mejor dejarlo a la hora precisa.
Tú me enseñaste
que cuando mejor te sientes, más sereno estás y mejor comprendes,
que no se puede ir a todas las fiestas,
cómo hay que silbar,
que a veces no hay nada que temer,
que no hemos tenido demasiada suerte pero tampoco mala,
que hay que ir a lo hecho,
que no conviene sentirse hundido. De ti aprendí
que es posible no ser malhecho,
que hay que respetar, porque sí;
me enseñaste distintas caligrafías,
me demostraste que presentar las cosas antes de ajustarlas evita desquicios.
Aprendí de ti
que, para comer, un par de vueltas y para adentro,
que ¿dónde vamos? a Portugalete,
me enseñaste a percusionar canciones como "Una copita de anís",
que hay amigos en todas partes.
De ti aprendí que no se puede abusar del vino
y menos del whisky (aunque no asimilé la práctica),
que en casi todos los sitios hay buenas uvas,
que todos fuimos jóvenes alguna vez,
que las modas se repiten,
que yo podía hacerlo.
Que las matemáticas te pueden llevar a dibujar una escuadra perfecta,
que hay que aprender a bailar,
que el hombre sabe pescar y cazar de forma innata, pero que hay espárragos;
que tendría que aprender a valerme por mí mismo,
que las películas de pistoleros son buenas.


Nos movemos, padre, en un péndulo,
Por eso yo siempre tiré por los caminos opuestos
a los tuyos. Queriendo agarrar todo aquello que tú no fuiste,
deseando y prometiendo todo lo que yo creí contrario a tus convicciones,
y me fui, así, pareciendo a ti. A tu justo y perfecto negativo.
Por eso, padre, soy el que se quedó en el espejo
cuando tú te miraste y cuando dejaste de hacerlo.
Tú, con tu caligrafía en cursiva, yo con mi letra de médico ignorante.
Tú, dibujando el contorno del alicate,
yo despreciando las decoraciones, con mis miedos, con mi soberbia;
odiando los pasodobles, sin fiarme nunca de las matemáticas,
descastado e insatisfecho.
Gracias a ti, me encantan las alpargatas, los gimnasios,
la música a todo volumen, los vehículos muy rápidos,
los poemas, las insumisiones, los incumplimientos,
los pelos largos y todo eso que a ti te parecían papanatadas.


Nunca supiste que a ti te debo lo que soy.
Que gracias a ti a hora me siento libre y sereno.


También por ti, por todo esto, aprendí:
a ser un indio, a resistirme a las autoridades,
a creer que es mejor el amor que el respeto,
que el respeto es lo único imprescindible,
que el mundo está lleno de mentiras cada vez más difíciles de esquivar;
a dudar de las cosas que Dios manda
y a repudiar lo establecido y firme.


Por ti aprendí
que debería despedirme dignamente de lo que se va,
que debemos expresarnos más de lo que lo hacemos,
que los hechos son lo que importa,
que hay que intentarlo y enjugarse las lágrimas,
que hasta el rechazo debe ponerse en duda.
Las chimeneas deben estar bien construidas,
es posible sacarle provecho al campo,
las lechugas aliñadas saben bien.






Después pasó el tiempo. Yo ya no era un niño. Tú habías luchado y perdido muchas veces. Y fui capaz de hacerte daño de verdad. Hice cosas que es mejor no contar aquí. Desprecié todo lo que venía de ti. Pero no te preocupes, que ahora lo entiendo, ahora aprendo.






Cuando pensabas que la vida había sido injusta contigo, me dolía, y me dolía aún más ver, creer al menos, que tú no eras capaz de enfrentarte a ello de una manera solvente. Era terrible verte derrotado. Nunca hablamos demasiado tú y yo, pero lo cierto es que nunca he hablado demasiado con la gente que me importa, y sobre todo con los que quiero. Sé que a veces llegué a ser un tormento para los que me rodeaban. Yo no aguantaba la certeza de haber hecho daño. Cuando era un niño estaba acostumbrado a sentir que estabais orgullosos de mí, que sabía hacer bien determinadas cosas. Fui olvidándolo todo, le cogí asco a cualquier tarea impuesta, odié la necesidad, repudié las obligaciones, y me hice un ser irresponsable e inmaduro, ingenuo y vago. Y todo se convirtió en obligación. Tú deberías haberte sentido como ese escultor que ve, año tras año, cómo va avanzando propiciamente su escultura y que en un momento dado, sin saber precisamente cuando ni por qué razones, ve cómo se va desmoronando poco a poco el barro hasta convertirse en una figura informe, desconocida. Después me acostumbré rápidamente al despecho, a la desesperanza, a la incredulidad, a la pereza y al recelo.
No conseguiste que aprendiera tantas cosas. Nunca puse interés, esa fue la causa. Mis inquietudes se perdieron en un bosque frondoso y mágico, verde y bello en su orilla, pero maldito, solitario, triste, oscuro y peligroso en su seno. Y ya nada pudiste hacer.
Ahora sé más cosas sobre mi pasado, el olvido ayuda recordar. No hay posibilidad de volver a empezar, también lo sé. Pero quisiera decírtelo: de nada valdría pedirte perdón por haberme quedado dormido en el trabajo mientras tú luchabas de un lado para otro, intentando acabar las obras y confiando en que cuando volvieras yo habría echado abajo la pared, en vez de haberme echado yo mismo en un rincón a dormir la resaca. Volver atrás, no para pedir perdón. Volver hasta la noche anterior, y ser capaz de irme pronto a la cama para el día siguiente; comprender que al elegir estar toda la noche privando con cualquier colega de turno, hablando de cómo arreglar el mundo y sintiéndome un salvaje sin ataduras ni obligaciones, estaba sacrificando otras recompensas mucho mayores, compartidas, dignas. No puedo pedirte perdón, ni puedo volver atrás. Sólo puedo ser consciente de lo insulso que fui, inepto, estúpido e inútil.
Me duele recordar tus últimas noches, mi borrachera inmunda del día después... Aprendí a respirar cuando no estabas. Aprendí a huir. No conseguí acercarme a ti demasiado, y ahora sé que siempre estuviste a mi lado. ¿Por qué el cariño que me inspiras ahora no fue desenmarañado entonces? Te quiero, eso tendría que haber sido lo más importante. Tengo una hija, ahora sé lo que tú debías haber sentido. Seguro que me pasará lo mismo que a ti. Ojalá yo pudiera llegar a comprender a mi hija y aprender a actuar con ella. Nunca le enseñaré tanto porque no sé todo lo que tú sabías. Yo sé leer y leo, pero tú viviste. No es la vida la que es injusta, padre, somos nosotros los que escogemos los caminos. Con nuestros prejuicios, nuestras enfermedades, nuestras limitaciones y miedos, nuestra esperanza y desesperación. Me diste más de una lección, a mí que suspendí todas las asignaturas de la vida y de cualquier escuela, a mí que ahora comienzo a releer todo lo que escribiste en mi alma.
Pero ahora, padre, tenemos tú y yo que olvidar lo malo y seguir viviendo. Yo aquí, en los mismos lugares donde tú viviste. Tú allí donde estás las buenas almas, en el lugar donde nos encontraremos. Lo que hemos perdido nos espera. Y un padre siempre quiere a su hijo, a pesar de todo lo que haga.






No sería bueno que se acabaran los hombres de tu tiempo. 
Pero, lo harán. Y los de mi tiempo, también.
Vosotros vivisteis los días que os tocaron, hijos de tiempos difíciles.
Vosotros que no fuisteis a la universidad,
que no alardeasteis de haber luchado contra el franquismo.
¿Qué puede hacer un hombre contra un ejército?  Era vuestra vida, vuestro mundo.
Trabajar para poder comer, vivir, tener hijos, construirse una casa.
Yo tampoco hago mucho por cambiar mi mundo.
Pero, cambiará.
Ahora todo es difícil en algunos aspectos, pero tenemos más cosas, más posesiones. Ya no somos pobres,
aunque, quizás, sí más tristes, más aislados, más vacíos, más de plástico y de nada.





Aprendí de ti
que el café se enfría pasándolo de un vaso a otro, y de este a aquel…
que hay que reservar un traje y una muda para los domingos.
Los domingos cada uno se pone el traje de los domingos,
hasta el domingo se pone traje de domingo, y fuma Camel.
Los niños llevan calzonas.
Las mujeres son todas para toda la vida.
A los padres se les trata de usted.

Tú fuiste el molde por el que esculpí mis costumbres.
Siempre quise y luche por ser lo contrario a vosotros,
los buenos hombres que beben vino de pitarra
y saben que pertenecen a esa clase trabajadora,
avocada a humildad, con su campo limitado.


Trabajar por tu cuenta, padre, Vivir por tu cuenta.


Y después, padre, cuando la vida te sonreía, cuando comenzabas a saborear la vida que quisiste… caíste enfermo. Y tampoco yo supe comportarme. Pero quiero que sepas, que a veces soy capaz de comportarme como un hombre.
Tus últimos años de vida, aunque tú seguías luchando, fueron buenos para ti, padre. Era como si nos demostrases que en fondo tú siempre buscaste la paz de hogar, la armonía, la felicidad de todos nosotros. Y fue, padre, como si la vida te estuviera dando lo que siempre mereciste. Fuiste capaz. Como todo lo bueno, te costó, pero lo estuviste tocando.

Tengo que decirte adiós. Tengo que vivir, padre. Pero quiero que sepas que lo que soy, lo que puedo llegar a ser: simplemente un hombre, de ti lo aprendí.


...




2005.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Serie Literatura. Género: Novela negra.

Serie Noé. Cap. 3. Teléfono móvil, cannabis, alcohol y otras drogas...

Serie Edad Media. Cap. 6.2. Monasterios.