Serie: Noé. Cap. 1. Sueños

 



                 Sueños.

                 ¿Aquí encontraré algún material?

 

 

            Cuento los sueños, según los recuerdo:

 

        Tenía una colección de sueños que había ido escribiendo en un archivo de mi ordenador. El lindo ordenador hizo alguno de esos escapes que hacen estas máquinas y el archivo desapareció entre el volátil mundo de los bits. Lo virtual se hace real cuando desaparece del todo y para siempre, entonces cobra cuerpo y deja un hueco, como lo que se ha ido y ya no está, que deja su vacío, entonces es plasmadamente real.  No tengo ni idea de lo que pasó, pero el archivo se marchó al mundo de lo imposible de alcanzar y nunca lo volví a ver, me quedé sin mis sueños. Hoy vuelvo a empezar, ya con cuarenta y dos años, perdidos para siempre aquellos sueños tormentosos o placenteros, o las dos cosas a la vez, de aquellos veinte años, treinta años, tan difíciles y pasionales, intensos y ricos en desatinos, que nunca volverán. Hoy, con la tranquilidad y la serenidad que te da saber que nada es tan importante como entonces lo era, que todo pasa, que el tiempo no cura, pero sí apacigua, vuelvo al oficio de coleccionista de sueños y comienzo la falaz tarea imposible de plasmarlos en palabras, intentar capturarlos. Estoy en la cola de un febrero y es el año dos mil diez. Ha pasado mucho tiempo y mi historia se ha repetido una y otra vez. Tal vez también se han repetido mis sueños, así es que, quizás, vuelva a escribir lo mismo que escribí en aquel procesador de texto digital que voló de su jaula y se fue a volar libre sin dejarse leer por nadie.

 

Pasó lo mismo, tiempo después, cuando escribí mis sueños desde el teclado y los guardé en un disco duro externo. El disco duro, último grito en tecnología japonesa, se cayó siete u ocho veces al suelo, sin sufrir merma, hasta que la novena vez que se cayó, murió para siempre llevándose a su tumba todo lo que contenía, todos aquellos recuerdos que había vuelto a escribir, que una vez se perdieron y que volvían a perderse sin remisión. Los perdí otra vez. Y otra vez vuelvo a empezar, esta vez tengo casi cincuenta años. 
En marzo del año dos mil veinte, cuando aún no sabíamos lo que nos iba a venir encima por un coronavirus, volví a perder la carpeta de sueños, por lo mismo, se me dañó el disco duro, esta vez de un tera (el anterior era de 500 gigas). He podido sacar muchas carpetas, pero otras aparecen como vacías, no se abren y no se pueden recuperar. Menos mal que ya tenía copiado aquí algunos de los sueños. Dentro de un tiempo, desaparecerá esta web, los blogger estos, y volverá a perderse definitivamente. Creí que lo más seguro y mejor es el papel, para guardarlo todo, pero la tinta también desaparece: lo mejor de todo es la memoria.  Cuando mueres, te la llevas a ningún sitio. Ahí vive todo el pasado y el futuro.     

 

 

    Cuando era un niño, a veces soñaba que me caía desde muy alto. Justo cuando iba a estrellarme contra el suelo, me despertaba.

 

 

      1996.

 

      Enero de 1996.

 

 Los sueños de un celoso (Patxi añadiría "patológico").


Sueño:


       Esa noche también es de noche dentro de mi sueño. Una chica, que debe ser ella, Sara, pero que físicamente está definida con muy poca nitidez; sus facciones no aparecen en el sueño o no las recuerdo (las reales, en mi memoria, se han ido perdiendo, día a día). Se llama igual que ella, eso sí. Hay cuatro personas en el sueño.

No soy capaz de acaparar su espíritu juguetón, de atraer su atención, de seguirla, sujetarla. Ella es muy simpática y se ríe con los demás, habla, bromea; pero no conmigo.

       Me desanimo, quiero irme de allí, no verla; pero aunque no puedo formar parte de aquello tan ameno, participar ni reírme, algo me retiene allí. Ella. Además, me fastidia su sentido del humor, me siento amenazado, molesto, inquieto. A la vez, deseo tener la atención de aquella chica. Siento celos, celos que escuecen y me amargan más aún.

Si no la viera, si fuera capaz de borrarla de mi pensamiento, estaría mejor. Pero no puedo irme, no puedo cambiar de sensación ni de pensamiento. Estoy muy irritado, siento ira, pero permanezco entumecido, no soy capaz de hablar. Creo que soy un soso, un aburrido, un amargado, que no puede evitar serlo. Ella lo sabe, por eso no quiere acercarse a mí.

       Pero el caso es que ella y yo estamos unidos por una promesa, por una relación triste, pesada e irrompible. Ella también sabe eso, pero no le importa. Se deja llevar por sus antojos, por sus merecidas ansias de diversión. Ya está harta de aguantarme.

     Se lo hace con otro tipo delante de mí y mi ira explota dentro, contenida, no hay nada más que odio en mí, y encima me coacciona diciendo que no hace nada malo. Como enfado, respiro irritación. Nada malo... para él, claro. Se confirman mis mayores temores y no soy capaz de decir nada, no tengo derecho a enfadarme. Se lo monta también con otras chicas. Tiene lo que yo nunca pude conseguir, el desparpajo, el descaro, la osadía, la carencia de miedo. No conozco el camino que lleva ahí ni cómo se hace. Sólo estoy desesperado y tengo odioso rencor.

       Me dicen, para consolarme, que no es tan guapa; pero yo me muero por ella, idiotamente enamorado, muerto de celos, sin poder irme, y sé que es la chica más guapa del mundo. Hasta que, al fin, logro sacar fuerzas para largarme de allí.

      Cruzo, entonces, un gran embalse de los de Cáceres, a nado. Llego a las escaleras que salen del agua, en la orilla. Mi madre se acerca nadando torpemente, quizás para ayudarme. Le digo, todavía en el agua, que suba conmigo. Emerjo por la escalera y veo que hay público alrededor de la orilla. Me mira, la gente, y aplaude.


       

   Otras veces ya he soñado con un embalse. Con agua. Una presa, desbordada de agua. Cerca de un pueblo. Hay una riña, y enseguida me peleo con los el pueblo. Son más pequeños que yo, pero me sacuden. Yo peleo y discuto como si fueran mayores, pero son pequeños.

 

 

 

 


       Septiembre de 96.

 

Pablo Camuñas lleva un mes en la ciudad de Huelva. Llegó a primeros de agosto y lo primero que hizo fue cogerse tal borrachera que se olvidó del pasado, también de todo futuro, hasta que se puso negro, hasta que no veía, no tenía consciencia... Se gastó más de cien mil pesetas, estuvo dos días y dos noches seguidas borracho. Intentó meter mano a una chica de la pensión (aunque él aclaraba: "Yo no lo veía exactamente así, ella se asustó, con razón, pero yo no intenté tocarla ni quería hacer nada, sólo vi la puerta abierta, me metí, intenté hablar, ella chilló y me di la vuelta"), etc. El de la pensión le llamó al orden, sus futuros compañeros le vieron con la tremenda melopea, transido, enajenado; insultó a un jefe que llevaba un llavero de Primo de Rivera. Lo peor era que al tercer día debía presentarse a trabajar con tales referencias. 

 

Esmarquel era un amigo de la adolescencia, en Cáceres, a finales de los ochenta, así le llamábamos, no sé por qué. Le llamábamos así, como el personaje de unos dibujos animados que chascaba los pies saltando cuando estaba contento. Era un malote simpático y ligón, flaco y chulo, que mantenía siempre su vena rebelde y una forma de sonreír canalla, aunque se pusiera corbata, un buen tipo. No era guapo, creo, pero tenía éxito entre las chicas. De buena familia, siempre estaban montando negocios, como un videoclub, por eso se vestía muy bien un día con ropa cara y con ropa de postmoderno after punk al siguiente, y conoció a los rebeldes de la villa y a los pijos. Nos fascinaba a todos. Tampoco se puede decir que su rollo era el punk; podríamos decir que era un rolling stone. Era de buena familia, tenía una hermana que estaba muy buena. Hubo un tiempo en que Pablo Camuñas salía los sábados con él y con otros cuatro colegas más. Compraban cocaína, bebían cubalibres y buscaban chicas y jaleo. Camuñas no las encontraba disponibles, Smarkel sí. Cuando empezó a juntarse con él, no demasiado, menos de lo que hubiera querido, había sido juzgado por un turbio asunto de unas armas, o algo así, estuvo incluso en la cárcel unos días, pero no salió mal parado, eran unos críos. Le encantaban las drogas y las chicas. Jagger total, muy majo y puede que peligroso. 

Pablo escribió en su cuaderno: "Sueño con el Smarkel, ese amigo de los diecisiete años (ahora tengo casi 29) a veces. Nos cruzamos, me sonríe, y ya está, no hablamos de nada. En la realidad esto no sucede, nos hemos visto un par de veces y él incluso una vez paró el coche y se bajó a saludarme efusivamente, un mutuo aprecio. Pero en mi sueño no nos dirigimos la palabra. Creo que en mi sueño no soy digno de codearme con los demás, chicos molones todos".

 

 

"Tengo frecuentes sueños en los que se pone de manifiesto que no tengo a nadie a quien pueda considerar amigo. Creo que tampoco yo hago mucho esfuerzo, no me involucro en nada, no busco, no me comporto, no doy confianza y soy arisco y terco. Mi manera de buscar amigos es particularmente mala. Siempre acabo con gente de la peor calaña. Quizás alcohólicos, como yo, enfermos, trastocados, intoxicados".

Sueños en los que la gente pasa de él como de la porquería. Los compañeros de trabajo: Juan Ángel, Rafaelillo; el de León, Manolo Pe. Conectan entre ellos, pero no con él. No se muestro muy simpático con ellos, a veces por falta de disposición, a veces por falta de fuerzas, a veces aposta. Y ellos le ignoran deliberadamente como respuesta a su antipatía y ensimismamiento.

 

(Septiembre de 96). Son las cinco menos veinte y Pablo está trabajando. En esas dependencias. Todo está tranquilo. Pablo, solo, encerrado físicamente, encerrado en sí mismo, encantado de estarlo, en una burbuja debajo del mar. Los ojos se le abren enteramente sólo en  las horas nocturnas, es cuando se espabila, la mayoría de los días. Cuando acabe la noche cogerá el autobús para volver al piso donde vive aquellos tres compañeros, los que vinieron de Cáceres. No tiene ánimo, no tiene voluntad, ve el futuro gris. Pero va a trabajar una noche más...

 

Unas cuatrocientas mil pesetas necesitaría para resistir este ritmo de gasto. Ver a su hija, cada poco...

 

 

 

Diciembre de 1996.

 

 Madrugada en el departamento. Todo está en su sitio, menos su conciencia. A partir de las tres de la madrugada, si todo va bien, se podrá echar un rato, pegado al teléfono y a las alarmas, a su luchas interiores, donde siempre cae derrotado. Duermevela, con un ojo y un oído atentos a lo que pueda pasar, y sueña. Entra en un profundo sueño, en el que difícilmente podría entrar a interrumpir ruido alguno, profundo, entra en una inmensa gruta de suelo incierto, inexplorada, donde todo es una severa amenaza. Sus sueños siempre son tormentos, desde que recuerda.

Sueña que su rostro presenta una inflamación. Un bulto ostentoso sale por el carrillo, es algo extraño que tiene en la garganta. ¿Es un hueso? Al darse un golpe en la espalda, saltan tres huesos que estaban ensamblados como piezas de un puzzle, y que vuelan a un pozo negro. Le angustia la certeza de que se desmoronó por dentro. Su calavera se desbarata.

A continuación, nota cómo se le caen los demás dientes. Primero los paletos, después todos los dientes y muelas. Angustia, miedo, terror. Nadie le echa cuentas, a nadie le importa. Posiblemente, los demás crean que es merecido lo que le está pasando, piensa. Sabían lo que le iba pasar, que iba a acabar muy mal, de nuevo. No recuerda más detalles.

 

El sonido de la alarma del reloj le despierta. Es hora de colocarlo todo, rellenar el maldito libro y el los papeles, dando cobertura a toda esta malvada institución, asqueado de sí mismo, avergonzado, y esperar al relevo, salir de allí, cargado de costra de pesadilla, despierto, como si flotara.

 

 

 

1997.

 

Enero.

 

Escribe en su cuaderno:

 

"Las pesadillas están volando todavía encima de mí al abrir un ojo. Giran deprisa cogiendo velocidad, van formando un remolino cuyo centro se encuentra en mi boca. Hay dos o tres sueños entrelazados y enturbiados, difuminados por otros tres sucesivos y repentinos despertares sobresaltados. Poco a poco tienden a mi boca en este remolino. Bostezo y me trago todos de una vez.

¡Dios, qué aridez siento en la lengua! ¡Qué densa! ¿He soñado? Sí, seguro; ya recuerdo. Soñé con ella. Con Sara.

Intento recordar sus ojos, su silueta, su nariz, sus manos. Nada recuerdo con nitidez. Puedo no recordarlo, pero seguro que era ella: la imagen de ella que ha quedado dentro de mí, y aunque es difusa, la reconozco. Sueño con sensaciones bruscas que se superponen. Felicidad, y de repente angustia; reposo, y de repente celos; sonrisas, y de repente ahogo. No podría contar estos sueños, me los he tragado y reconozco su amargo sabor, es como desayunar vinagre. Creo que ha significado que temo especialmente ser incapaz de mantener una sonrisa, un entusiasmo o momento de placer. Todo se desquicia. Inmediatamente, aparecen mis fantasmas y me arrebatan esos momentos".

 

No hay una cuchara limpia, están enterradas en una montaña de cacharros y platos por fregar. Desayunaría, pero... Un cigarro, claro,  es mucho mejor. El coche me está esperando ahí fuera.

 

 

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18 de marzo.  

 

Sigue en Huelva Pablo Camuñas. Va y viene de Cáceres a Huelva, por una estupenda carretera que atraviesa las estribaciones de la sierra de Aracena. A veces conduce de noche, cuando han cerrado el bar, escuchando música desordenada, intoxicado. Deberían retirarle el coche y la posibilidad de conducir; aún falta un tiempo para que esto suceda, pero sucederá, con la suerte de los malvados, de que solo gracias a dios no mata a nadie ni se mata. Trabaja y es incapaz de soportarlo. Borracheras periódicas, ánimo decaído; vergüenza e introversión. Se comporta como un depresivo fuera de lugar, un desquiciado.

Sueña que está con sus compañeros del curro. Llega un momento en que son muchos. Vive en un chalet grande... Le dan calambre los interruptores de la luz al intentar accionarlos. Todo es un lío, todo es descontrol.  

Anda por las calles con sus compañeros. Hay mucha gente trajinando por las aceras. Se ve un coche empotrado en el escaparate de un establecimiento, está al fondo de un callejón. No es un callejón, es el fondo de un patio donde hay un portón de entrada. Se entra por un portón de madera verde, grande como el de una iglesia. Un tipo vestido con un mono azul de trabajo se da la vuelta y le mira. Mira al grupo, a todos. Es un antiguo conocido, que les odia. Intenta irse, porque ha sido ese tipo el que empotró el coche, ahora lo sabe. No tramaba nada bueno, evidentemente. Su mirada dice que él fue el que estrelló el coche allí. Le advierten de que es mejor que no lo haga, no se escaqueará, que no intente huir, que no le dejarán salirse con la suya. Intenta convencer a Camuñas de que le deje ir; le dice que quería robar a su tío, que su tío es un cabrón y no le paga lo que le debe. Camuñas y los suyos rodean para que no escape, hasta que venga la policía. Algunos le reprochan que haya vuelto a las andadas; a partir de ahí, y sin querer, Camuñas lleva la voz cantante. Se esfuerza en pensar con claridad, sacudirse las dudas, se convence de que haberle cogido será lo mejor, incluso para él, porque siempre está metido en líos, y debe cambiar, enfrentarse a la realidad. Actúa llevado por una corriente imperativa que no entiende demasiado, pero se muestra inflexible, embaucado por algo que en realidad no le importa, llevado por la corriente, por la presión del grupo, por su necesidad de agradar y sentirse uno más. Luego, se arrepiente de haber tomado partido en este embrollo. Son esa serie de costumbres que utiliza para quemar su tarro de adrenalina. A veces hace algo que le parece realmente malo y se sabe impune al castigo. Porque en verdad también piensa que esto de prender a un pobre diablo no está nada bien. Pero ¿aceptará luego lo que ha hecho, engañándose con el truco de que era lo mejor para el muchacho o se le llenará el alma de pesar y congoja, arrepentimiento al rojo vivo, sin soportarse? ¿Aceptará que lo ha hecho para atraer a sus compañeros, para ser aceptado por ellos, que intentó actuar como lo harían ellos y no como yo desearía él? ¿Qué es lo que él desea y sabe hacer?  No se entiende a sí mismo. Sus compañeros bajan la cabeza mientras le vigilan, esconden sus rostros para evitar posibles represalias. Creen que es un  tipo peligroso. Camuñas también la baja, aunque no diría que es peligroso: la sube y la baja. Al momento, se siente fatal, si no consigue hacer lo que los demás hacen, siente que no le admitirán, que le harán reproches, le echarán en cara esos reproches que él mismo se hace. Y no soporta que le reprochen nada. "Que me castigue yo", piensa, "bien está, pero que no soportaría que lo hicieran los demás, mis compañeros; u otros nuevos reproches cuya causa seguramente no llegaré a saber, ni siquiera a prever". Sale a la puerta y entre la muchedumbre ve a dos agentes de policía que vienen pegados a la pared, esquivando a la gente. Busca, empinándose sobre la punta de sus píes, sus miradas. Aquí tienen a un pobre delincuente. 

 

 

Sueña cuando duerme, y sus sueños están llenos de avaricia contenida, de ambiciones frustradas. Sueña con mundos e historias que le dejaron atrás, se conviertieron en ajenas y ahora se le encaran. Y en medio de estas pesadillas donde hay gentes normales con sensaciones que a él le faltan, está su mundo marginado y solitario. Apesadumbrado, el miedo no le deja actuar ni en sueños, a veces ni siquiera puede moverse, dentro de sus pesadillas. Lo cotidiano se torna en agonía, la paz en estancamiento loco, el esfuerzo en desesperación. Acomodado en las cadenas de su voz queda y sus sueños.

 

¿Dónde está mi sitio? Trágate los sueños delirantes. No importan, lo mejor, lo más conveniente, es no hacerles caso, no prestarles atención. La vida se ocupará de arreglar lo que deba corregirse.

 

"Sueño que voy en un autobús. Torelo, mi colega de primero de BUP,  José Ramón Torelo, dice que aprobó Historia. Lo está celebrando. Me voy, no soy incluido en su algarabía. Me siento rechazado. Él lo festeja, se alegra. Yo me siento como un niño castigado, envidioso y solo.

En el autobús se viaja hacia algún lugar. Hay una conductora al volante. Para entre montañas, en una central hidroeléctrica. Paramos a la orilla de la presa. Allí la gente se refresca, mete los pies en el agua. Yo soy el único que se baña, con la ropa puesta. Me pongo a nadar, a chapotear. Quizá es un gesto desquiciado para hacerme valer, a mis ojos y los de que me miran. Se me unen, al fin, dos o tres. Nadamos.

Un policía de paisano que no se fía de mi presencia. Hay algo muy malo dentro de ti, me dice con su actitud. Eres un tío triste, me dice alguien.

Hay tan bien un tipo que se ríe todo el tiempo".

 

 

 

Mayo.

 

 

Los que trabajan con los sueños. Se mueven en distintos campos, según distintas formas de concebir los sueños.

Los sueños son interpretados según las teorías de Freud.

Interpretados según la Teoría Gestall.

Y, también, los sueños son analizados científicamente.

 

 

 

8 de agosto.

 

"El sueño donde voy a pillar costo. Reiterado, con diversos matices.

He dejado un perro abandonado. Voy caminando a solas, y veo a otro perro muy parecido a aquel que dejé, en una plazoleta con jardines delimitados por unas verjitas verdes, arquitos enlazados que delimitan los espacios ajardinados. Ha nevado y las calles están concurridas. La ciudad es como Cáceres, pero la plazaoleta podría ser de Santiago de Compostela. Todo piedra. Dejo al perro por allí, camino por una calle con tres o cuatro bares en los aledaños. Doy una vuelta por los garitos de la zona. Uno de los bares es muy parecido al Tres, al que yo iba de jovencillo. Alrededor de la puerta, en la calle, hay bastantes jóvenes; es la puerta del Tres, una pequeña calle alquitranada, dos aceras más pequeñas, y un bifurcación de donde sale una calle cuesta abajo, más pequeña todavía; en la acera de enfrente, donde sale la calle cuesta abajo, hay una cochera, una columna de ventanas. Siento recelo, casi miedo, hay mucha gente, todos hablando, bebiendo, vendiendo droga.

 

»Estaba pasando el fin de semana con mi familia. Demoro la vuelta a casa, porque he dejado abandonado el perro de la niña. Va a ser tremendo cuando lo sepan. Así es que no tengo ninguna prisa, dejo aplazados mis sentimientos de culpa para cuando me presente en la casa sin el perro. Es de un cinismo atroz, pero es pura necesidad, y aprovecho este tiempo, que será limitado, que decido aún no terminar, para hacer lo que deseaba hacer sin remordimientos, sin arrepentimientos, sin preocupaciones: beber la mayor cantidad posible.

Me doy cuenta de que ando sin camisa. Aunque había nevado, lucía el sol. Camino por calles angostas inspeccionando los garitos. Al fin, me atrevo a acercarme al Tres, a su reproducción. Me alivia comprobar que no me pasa nada malo; aunque sigo teniendo miedo, recobro alguna confianza. Voy tanteando con la mirada a los que tienen pinta de camello. Algunos me exhortan, me inquieren, saben lo que quiero y ellos están allí dispuestos a hacer negocio. Para eso están. Pero yo muevo la cabeza levemente. No quiero. Estoy buscando a mi proveedor habitual (le he dado mi dinero ya una o dos veces). Todavía no le conozco, pero sé que lo reconoceré cuando lo vea. Muevo la cabeza sin dejar de moverme, en silencio, sin camisa. Echo una mirada dentro de otros bares. Sigo analizando la situación, pero no llego a nada, no tengo ningún dato, ninguna decisión, sólo observo y siento un miedo que no me deja procesar lo que veo. ¿Por qué no lo pillas de una vez? Espero, sin saber por qué, como si estuviera sopesando la importancia de algo. Estoy embobado, y aquellos chavales empiezan a sentirse vigilados, a ponerse nerviosos. Regreso a la plaza de piedra. Doy la vuelta y vuelvo al callejón del Tres. Al fin, elijo a un camello. Es un tipo que conozco de la piscina, aunque no lo recuerdo con la melena que porta ahora. Lleva una argolla en la oreja, un pendiente de pirata, y se mueve con aires importancia.

Me acerco a él. Está rodeado por un grupo de gente y cerca, al acecho, anda aquel camello al que le dije que no quería nada con él. Le hago señas a mi camello. Se hace el interesante. Yo, en cambio, me muestro con ansiedad. Me acerco.

El tipo me señala un balcón, no muy alto, con unas rejas negras y macetas, que está a pocos metros encima de él. Me hace saber que tengo que esperar. No entiendo muy bien, quedo a la expectativa. Al rato, desde el balcón, alguien le lanza una postura de hachís. No he visto al que lo tiró, pero seguí su caída. Al llegar al suelo, se desprenden varios trozos. ¡Si pudiera hacerme con todo eso! Mi camello recoge los trozos, lo desmigaja. El grupo se abre y veo las migas y un gran pedazo en la palma de su mano. El otro camello, el que rechacé, sigue al acecho moviéndose por allí, controlando la operación, aunque no dice nada. Viendo el panorama, consigo finalmente sacar una conclusión: todos los que por allí pululan, trabajan para, o se abastecen del mismo tipo, el que trae toda la mandanga, el que vive en la casa del balcón con macetas de allá arriba.

Ahora pienso que son, también, una especie de marionetas; que el que corta el bacalao, el del balcón, en realidad, tampoco es muy importante, seguro que no tienen tanta entidad como les suponía antes, también será un mero intermediario que saca un poco más de partido de las operaciones que estos de abajo. El miedo se va transformando en soberbia. Son obreros sin contrato, establezco para mis adentros, jugándose una condena, recogiendo dinero a espuertas. Ahora sé algo sobre los camellos: recogen las migajas que otros, con más billetes en el bolsillo, les van dejando y les sacan el provecho que pueden. Como los ejecutivos.

Mi camello se acerca, me tiende las mijagas de las mijagas, y una china de cortesía. Mil pelas. Abro la mano y le paso el billete arrugado que durante un buen rato se escondía en mi puño. Me najo. Respiro aliviado y me doy cuenta de que el perro callejero también ha desaparecido.

Camino, troto, corro sin camisa. Miro alrededor: la gente viste camisas de manga larga y chaquetas. Avanzo deprisa hacia la plazuela, llego y veo a mi perro, al cachorro que abandoné y que ahora retoza sobre el empedrado. ¡Bien! ¡Chachi! Todo empieza a funcionar. Se ha resuelto el problema: el cachorro que abandoné ha aparecido, como si el tiempo hubiera dado marcha atrás y la vida hubiera corregido un infortunio; y además, tengo las chinas, que prometen unos buenos ratos; he pasado la prueba del camellos, de la pandilla peligrosa.

Agarro el cachorro y lo meto en el coche. Me alejo, guiando el buga hasta una carretera estrecha, bordeada por grandes eucaliptos, por la que transitan muchos otros vehículos. Camiones, coches cargados con familias. El asfalto está sin pintar, miro continuamente por el retrovisor, como si el paisaje no se hiciera real hasta que no estuviera dentro del espejo. Hay obras en el pavimento y se va fatal, sembrado de socavones y montículos, tengo que esforzarme para no chocar con los vehículos que vienen por el sentido contrario. Al fin, aparecen tres filas de troncos. La del medio son pedazos de troncos  grandes. Me dirijo hacia el pueblo, donde me espera toda la familia.

Cuanto más cerca estoy del pueblo, más cortado y sin ganas de nada me siento, me pesa la respiración. Cambia la carretera, ahora es de un único carril. Pongo la intermitencia y me dispongo a incorporarme. Sigue habiendo muchos coches. El costo sigue en la mano, ahora parece mucho menos que cuando el tipo me lo ofreció. En el coche de atrás viajan un hombre calvo y su familia. Se impacientan porque yo no me decido a seguir, a incorporarme al nuevo carril. Escucho el sonido monótono de la intermitencia. Has de guardar el costo en un papel, me ordeno. El coche de atrás maniobra para adelantarme. El perro se pone nervioso en el coche. Ladra. Guardo muy bien el costo en el chivato del paquete de tabaco. Allí se secará menos que en el papel. Todo preparado para un fin de semana en el campo. Sin alcohol. Con chocolate. Esta misma noche me iré a dar una vuelta por el pueblo. Puede que deje de existir antes".

 

 

1998.

 

 

Noviembre.

 

"Sueño que llegamos al piso. Juanjo y yo compartimos piso y siempre regresamos del trabajo en su coche. Él mete el coche en la cochera y yo llego antes a la vivienda.

Toda la vivienda, que no es nuestra, sino alquilada a Pedro, está llena de cascotes. Se lo hago saber a Juanjo, pero parece que no le da importancia. A mí me parece una catástrofe. Por una especie de balcón diminuto enrejado llamo a voces a los vecinos que se concentran en otro balcón, sonrientes. No sé quién es el causante de todo aquel destrozo. Los vecinos no me echan cuenta. Nadie me echa cuenta. Estaba seguro de que el dueño del piso me pediría responsabilidades. Me desanimo y espero lo peor.

¿Por qué tengo la culpa yo de esa catástrofe si no estaba en casa cuando ocurrió? Seguro que me he dejado el grifo abierto o la puerta sin atrancar. Algo tendrá que ver conmigo; me dan miedo, me fastidian: el dueño del piso, los demás; lo que temo es que alguien me eche la culpa, me insulte, vaya a por mí, me pidan explicaciones".

 

 

 

17 de noviembre.

 

Estoy en un pueblo cerca de Cilleros, el pueblo de Ana, esperando un autobús que me lleve allí. Dudo, voy de un lado para otro: no debería ir, quiero ir. Mientras tanto, entro y salgo de un bar que tiene una barra circular. Al fondo de la calle hay un cine. Pienso en hacer autostop. Después del cine, se ve la carretera, el final de aquel pueblo cualquiera. Entonces aparece Federico, nuestro antiguo amigo, al que veo ya tan sólo una vez cada año y medio. Lleva unos vaqueros y una camiseta blanca sin mangas. Está delgado y alguien le acompaña. Él, al contrario que yo, se siente agusto, conoce a mucha gente y me cuenta lo bien que lo está pasando. Él no tiene dudas, irá cuando quiera a Cilleros.

 

 

 

 

Noviembre.

 

Yolanda, mi hermana, atraviesa a paso lento de acera a acera, pasando la mediana de arbustos, cruzando las dos calzadas de mi calle por la que pasan muchos coches; va subida en una moto, moviéndola a zancadas. Lleva a su madre, que también es la mía, de paquete. En vez de atravesar el paso de acera abierto entre los arbusto de manera trasversal, recta, diseñada para eso, en vez de tomarla por la zona plana especial para cruzar los setos, sube a la pequeña acera por el adoquín, salta el escalón y las dos caen para atrás. Todo ello lo contemplo y me avergüenzo, me irrito y me enojo como si yo ya la hubiera advertido, como si me hubiera provocado con aquel acto imprudente. Mi reacción no es de preocuparme en el momento de si les ha pasado algo, es de enfado, de vergüenza.

 

 

Noviembre. 

 

Vuelvo desde el pueblo de Ana. A las afueras, camino como un desterrado, cabizbajo, triste y solo. Allí son las fiestas y todo el mundo anda festejando por la calle. He hablado con Santi, el padrino de mi hija. Le he contado, entusiasmado, que Alba y yo le vimos dese el autobús (entrando en el pueblo le ví desde el autobús, esto no sé si es cierto o lo soñé). Pero él no pareció mostrar mucho interés. Me rechazó.

    Voy a casa de mi abuela. En este sueño vivo normalmente con mi abuela. Iré sólo un momento a su casa, para verla y para que me vea; pero tengo intención de volver al pueblo en fiestas. ¿Quién me va a impedir que esté allí? En realidad, no deseo volver a humillarme paseando a solas por aquellas calles que me resultan familiares y a las que ya no pertenezco, donde casi nadie me conoce ya, y donde el que me conoce me huye. Pero una fuerza irresistible me empuja a volver. Quizás deseo decirles cómo me siento a aquellos que no me quieren oir.

A todo esto ¿Dónde estás, Alba?

 

Los sueños que tengo mientras duermo me confunden y asustan. Los sueños que tengo despierto me engañan y se desvanecen. Queda sólo un polvillo que se lleva el aire y una sólida sensación de desengaño.

 

 

1999.

 

6 de marzo

Formo parte de un montaje de teatro. No recuerdo la obra que se va a representar; en realidad, en mi sueño se va a levantar el telón y no tengo ni idea de lo que voy a decir, qué tengo que interpretar, cuál es mi papel. No lo sé porque no lo he aprendido, quizás porque en ningún momento anterior puse interés en ello. Me dediqué a divertirme y ahora las consecuencias me vienen encima. Al escenario sale un hombre desnudo. Yo lo veo entre bastidores. No me entero de qué va aquello. Todo el mundo va a prisa y a lo suyo y no puedo, no debo preguntar a nadie.

Allí estoy, al cabo, sobre las tablas, mirando al respetable, una masa anónima de miradas. Me quedo quieto. Me quedo quieto sin papel: ese era mi papel. Me tiro toda la función en el mismo rincón, puesto firme, mirando a un punto indeterminado. El escenario se hace cada vez más grande hasta hacerse de dimensiones enormes. Y pasa la obra, aunque estoy allí mismo, tampoco me entero de la trama, ni de nada.

Cuando acaba la función....

 

 

 

 

 

15 de abril

Para mí es un misterio quién es la que aparece en el sueño. Paso a una sala y allí está Dionisia, la tía de Ana. ¡Vaya! Era raro que no apareciera Ana. Si no está ella, sí está su tía. Me he llevado una sorpresa. ¿Cómo puede haber sorpresas en un sueño? Todos los sueños son sorpresas. Encima, Dioni se acerca con un tipo. ¿Qué hacer?

 

Acudo a una función de teatro en la escuela. Sillones de salón de actos, de sala de cine. Un antiguo profesor mío es el responsable de la obra que representarán. Acudo con cierta aprensión, porque conozco la arrogancia de ese maestro, su cerrazón, o la mía con él. ¿Función infantil donde aparece Alba? Eso es. Actuaciones de coros infantiles. Jovencitas risueñas se sientan a mi lado y cuhichean. El antiguo maestro, con gesto serio y cordial, se sienta una filas adelante. ¡Actúa Rubén! Ruben es mi hermano. También él y otro amigo suyo subidos en lo alto de unas torres enfrentadas, atados por cuerdas de seguridad, declaman desde lo alto su texto. Rubén duda, titubea, pero al fin, en una portura francamente difícil, canta su dicción. Su maestro, mi antiguo maestro, no confiaba en él, eso se sabe por la forma en que le mira, pero mi hermano se ha portado, aunque el texto, como era de esperar al haber sido elegido por el maestro de marras, es una bazofia. Vuelvo a casa. Intento explicar mi parecer, pero mi madre se adelanta y solapa lo que yo iba a decir con su tajante opinión, que, aunque cercana a la mía, tiene distinto sentido, distinto tono y distinta finalidad. Fulmina mi ánimo. ¡Será posible! Frunzo el entrecejo y ella, rápidamente interpreta mis gestos, que se transforman en mansos.

¡Has traído a esa mujer! Ha dicho que quería pasar un día en ...acas? y no nos hemos atrevido a echarla.

Mi madre, en la realidad, no es así ni mucho menos.

 

 

 

 

 

25 de septiembre

 

Siesta encima de la cama, con el libro abierto al lado. Mi madre, Fran, mi amigo,  y un niño pequeño, un bebé. Los tres, junto con el bebé, estamos en los alrededores de una especie de colegio, unos edificios que no reconozco, un descampado y un campo de futbol. Fran y yo con un balón. Pero yo permanezco echado en el cesped, huele fatal, hay trozos del campo llenos de cieno negro, húmedas zonas asquerosas que huelen fatal (quizás la perrita que tengo y su olor, que a veces me obsesiona, tenga algo que ver, puesto que la perrita duerme cerca de la cama. Pero lo cierto es que cuando despierto por el sonido del timbre, la perra no está). No puedo moverme de allí, lo deseo, deseo darle al balón, seguir a Fran, pero no lo hago, permanezco echado, oliendo a pocilga. Mi madre, que no quiso saber nada de mí, permanece aparte. Pronto Fran se va con ella y los dos, con el bebé, desaparecen. Han ido a hacer algo que desconozco, pero que estoy  seguro que merece la pena hacerlo. Debería haber ido con ellos, pero sigo tumbado, revolcándome, sin apenas moverme, en la porquería. Lo odio, pero no me es posible incorporarme. Busco a alguien con la mirada, me angustio. Suena el timbre y el sueño se desvanece.

 

 

 

 

Septiembre.

 

Por primera vez en muchas, demasiadas noches, he sufrido un sueño donde ella no apareciera. No fue un sueño lleno de envidias, de celos.

Conexión entre dos clases de sueños: unos modestos, etéreos, que se diluyen al despertar, que permiten ser postergados o concluidos; y otra clase de sueños innobles, molestos, reales, resignados, vergonzantes, inabarcables. Y es que en el sueño que es la vida me comporto así, a veces fluidamente, activo, y otras veces como un amargo; esto influye en mis pensamientos, en mis sentimientos, en mis ensoñaciones. ¿Dónde fue mi imaginación?

 




 

2003.

 

 

17 de junio 

 

Llego a mi casa y me sorprende ver que hay unos seis jóvenes deambulando por ella. No les importa en absoluto que yo haya llegado; siguen con lo suyo. Yo hago muecas y pregunto de soslayo qué significa todo aquello. No pregunto directamente qué hace toda esa gente aquí, sino que insinúo que se me debe dar una explicación. Me...

 

 

 

 

 

 

Sentados en el puente, con las piernas colgando, pero el agua sube y sube, hasta llegar hasta el puente. Nado, buceo. Primero...

 

 




2010.

 

        Tenía una colección de sueños que había ido escribiendo en un archivo de mi ordenador. El lindo ordenador hizo alguno de esos escapes que hacen estas máquinas y el archivo desapareció entre el volátil mundo de los bits, donde lo virtual se hace real cuando desaparece para siempre y se marcha al mundo de lo imposible de alcanzar. Hoy vuelvo a empezar, ya con cuarenta y dos años, perdidos para siempre aquellos sueños tormentosos o placenteros, o las dos cosas a la vez, de aquellos veinte años, treinta años, tan difíciles y pasionales, intensos y ricos en desatinos, que nunca volverán, no queda nada. Hoy, con la tranquilidad y la serenidad que te da saber que nada es importante, que todo pasa, que el tiempo no cura, pero sí apacigua, vuelvo al oficio de coleccionista de sueños y comienzo la falaz tarea imposible de plasmarlos en palabras. Estoy en la cola de un febrero y es el año dos mil diez. Ha pasado mucho tiempo y mi historia se ha repetido una y otra vez. Tal vez también se han repetido mis sueños, así es que, quizás, vuelva a escribir lo mismo que escribí en aquel escrito que voló de esta jaula y se fue a volar libre sin dejarse leer por nadie.

 


2016

 

 

29 de diciembre

 

El sueño tiene tres partes, diferenciadas por dos veces que me levanté: una vez a apagar el ordenador y otra vez a apagar la corriente para que no zumbaran los bafles.

Primero soñé con un extraño ordenador en el que yo buscaba archivos. Entre sus carpetas extrañas, voy descubriendo misteriosos archivos y documentos.

El segundo sueño se vuelve pesadilla. En una casa grande, los vecinos son gente casi desconocida, mi padre está enfermo. Cuando estoy sólo con él, le llega la muerte, que tarde o temprano esperábamos. Decido quitarle disgustos a mi familia y yo mismo lo entierro. Una caja. Sus manos. Llegan unas vecinas, la tía de Aurora, mi hija, y sus primas. Descubren lo que estoy haciendo. Mi madre llega y acepta lo que he hecho, era por su bien, quise que no sufriera. Llega mi abuela y llora. Algo así como las manos de mi padre, o su sombra, quedaron a la vista. Intento disimularlo con un jarrón. Mi madre ha comprado jarrones, figuritas y cuadros, todos con motivos de manos, que coloca unos encima de otros a modo de columna. No piensa que estuviera bien lo que hice, pero trata de protegerme.

Después, todo es confusión en la casa. Un niño que llega, yo discuto con mi hermano, el niño que se va. Ambiente fantasmagórico.

Tres, salgo de la casa a una ciudad desconocida. Me he cortado el pelo arrancándome los cabellos. Voy al cine. Antes, entro en un bar que llevan unos conocidos, Bartolo, el de Melilla, y su mujer. Me saludan, ¿dónde te has cortado el pelo? No me ha costado nada. Me lo he cortado yo mismo.

 

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 2019

 

Sueño del 10 de mayo.

Estoy en una tasca. Unas estrechas escaleras dan a una sala mínima que pretende ser un bar, ahí abajo, con una pequeña barra en ele, con dos mesas de las de hierro y cartón, sin ventilación, sólo una puerta de madera mal pintada de verde que da a un cochambroso cuarto de baño forrado de azulejos donde apenas cabe un inodoro sucio. Las paredes tienen papel pintado, todo está sin limpiar. El del bar, el de detrás de la barra es Federico Jiménez Losantos (sale en mi sueño porque a veces le escucho despotricar contra los socialistas. No sé por qué lo hago, desprecio su forma de ver las cosas y su forma de hablar. Es como escuchar las mentiras que se dicen, el punto de vista de esta gente. Si veo a alguien escuchándolo, me da bastante asco, sin embargo, secretamente, lo hago yo a veces). Hay sólo dos clientas y otra que va y viene. Las tres son cincuentonas, tristes, bebedoras y están solas. Yo estoy apalancado en la barra, sentado en el pupitre, y miro alucinado el panorama. Federico Losantos se va y deja a las parroquianas que se sirvan por su cuenta. La cutrez se respira, es como un triste burdel sucio escondido. Todo es extraño pero muy familiar para ellas, que siempre están ahí y farfullan reproches de todo tipo. El Federico vuelve, lleva una toga de letrado, de juez, que al saltar para volver dentro de la barra, vuela como si fuera una falda levantándose. Los birretes blancos contrastan con la mierda de la tasca, de su propiedad. Le da igual irse y dejar la barra sola. Cuando vuelve, todo sigue igual, ¿quién iba a querer entrar ahí? Le llamo, chisteo, ven ven. Le cuento por lo bajinis una mentira... Y en mi sueño me veo a mí mismo contándole a este al oído chismes y mentiras para quedar bien, para que crea que soy uno de los suyos. Desprecio lo que veo, el mundo, me desprecio a mí mismo, pero me dejo continuar en el ambiente sórdido, derrotado.   

 

 

Sueño del jueves 6 de junio.

Dudando mucho sobre mí, lleno de inseguridad. Duermo y en el sueño...

Estoy cerca de Bob, que  me mira y pone cara de asco, dando a entender claramente que huelo mal. Lo huelo yo mismo. Huelo fatal. Me huele el sobaco, la piel, el jersey. No puedo hacer nada, llevo días así, es como si nunca más me volviera a lavar. Siento una profunda vergüenza.

La vergüenza es el miedo al juicio de los demás.
Le otorgo fácilmente este poder a los demás: puedes juzgarme, tienes el poder de decidir si valgo o no valgo, si lo hago bien o mal. Yo no sé hacerlo y siempre me condenaría. 

Sueños. Mediados de junio 2019.

 

Tengo tres sueños hoy.

Uno de ellos lo he olvidado y no hay manera de volverlo a traer. Los otros dos son así:

Hay algunas situaciones o motivos que se repiten. Situaciones y lugares que sirven como de comodín, como de escenario móvil que sale en distintos sueños, con distintos personajes y leves variaciones de tema.

El género principal de mis sueños es la pesadilla, el agobio, el desprendimiento traumático, la ansiedad y el dolor personal, que no puede ser compartido ni aliviado. Desconozco si pueden darse las noches con abundancia de sueños bonitos, creo que sí, porque mi amigo Luismi me dijo que estaba teniendo pesadillas y que era raro, porque él no acostumbraba a tenerlas. Así es que es posible esto de los sueños dulces, sueños sin pesadillas, aunque yo ya no los conozco. Supongo que se da cuando llevas una vida bastante equilibrada, cuando tienes buena conciencia. Sé que en mí esto me pasará no dentro de poco tiempo, pero que llegará. Voy acumulando días tranquilos, y aún solo llevo poco más de dos meses, pero no tengo prisa por nada. Seguiré padeciendo pesadillas, hasta que se gasten.

Uno de los temas, decía, es que sufro la venganza de alguien muy querido, que se desquita, me da mi merecido, y yo lo observo sin poder decir nada.

Uno de los escenarios es un lugar inspirado en lo que fue mi casa de Móstoles. Yo vivía en un tercero y debajo estaba la pista de baloncesto donde jugábamos al fútbol, se veía desde la ventana y desde la terracilla de la cocina, alta, mucho más alta que la valla alta de la pista. Los del primero tenían sus vistas a ras de pista, enfrentados con la valla. Pues en mis sueños-pesadilla muchas veces entro en la casa y la ventana da directamente a la pista, que no es ya pista de baloncesto, sino escenario en donde se coloca lo que no quiero ver, lo que temo, lo que sé que puede pasar, eso a lo que más te acercas, cuanto más huyas. Todo está lleno de gente y mi vista se abre paso, no hay valla, y desde allí veo, casi siempre, eso que no quiero ver, a ras de suelo. 
Nunca es sentido como mi casa, sino como un escenario que aparece, sin más.


Otro de los sueños consistía en que yo iba, sin estar invitado, a la boda de mi novia. Muchas veces sueño en un pequeño viaje atormentado y lleno de vicisitudes y problemas a un pueblo parecido a Colleras, el pequeño pueblo donde nació Sara. Muchas veces, por el camino, me quedo de fiesta en un pueblo cercano, y al día siguiente tomo la determinación de presentarme en el pueblo de ella, donde no seré bien recibido. Ando por las calles, hablo con los paisanos, con el reojo puesto en la puerta de su casa. Ella habita feliz, hasta que me ve. En mi sueño yo sigo a lo mío, no le hago nada, no la molesto, sólo veo cómo es feliz. Y, en este, se va a casar. Y me meto a hurtadillas, veo los festejos, miro lo que tiene que ser la buena vida. Bien, pues la boda o alguno de los festejos se realiza en la pista de baloncesto. Miro por la ventana y veo la felicidad, eso que yo nunca tendré y que ella se merece.

 

 

En el otro sueño hay otro motivo que también conozco. Alguien con quien tengo alguna relación de proximidad va a la cárcel, y me mira como se mira a alguien que forma parte del sistema que le está jodiendo la vida, a un cómplice de su infierno. En este caso, hay dos hermanas. Una es a quien yo quiero, y es la que va ir a la cárcel. Sólo un día, o algo así, pero está jodida. Yo voy con la hermana y con dos o tres tipos más, y la vemos.  Yo no hablo, no hago nada. Hay un vis a vis y no soy yo el que lo disfruta, yo formo parte del sistema que la encarcela y custodia. Hay filas de presas y mi chica está bastante jodida. Entonces, la vemos, la tenemos enfrente, con la cabeza baja, hecha polvo, y yo no puedo decir nada. La hermana, decidida, expeditiva, firme, dice: Dentro de unos días, mi hermana y yo, solas, nos vamos a ir a hacer un estupendo viaje por Europa, y un crucero; lo vamos a pasar de maravilla. No queremos saber nada de nadie y aquí os quedáis. 




2020.

"Hoy me he despertado siendo consciente de lo que estaba soñando. Sabía que si no retenía en mi memoria fuertemente aquello, lo olvidaría. Tendría que atarlo, escribirlo, ser capaz de recordar algún concepto, alguna palabra, a través de la cual se entrara a aquella historia, porque no iba a tardar en irse. Aún era muy temprano, demasiado, iba a seguir durmiendo y cuando por fin despertara del todo para comenzar en día, no quedaría ni rastro de aquel sueño. Me extrañaba bastante el nivel de complejidad de aquel asunto. Soñaba con personajes, con situaciones, con intenciones de los personajes enrevesadas, con acertijos que en mi sueño yo era capaz de resolver, de adivinar, de comprender. ¿Cómo podía venir a mi sueño aquella historia? Sin duda, no es más que un reflejo de mis contradicciones, de mis luchas, de mis dilemas y mis miedos, que hierven en mi interior a lo largo del día. Mis luchas son mucho más básicas, dilemas idiotas que para cualquiera no suponen en menor de las preocupaciones, que son un vaso de agua donde yo me ahogo como si estuviera nadando en un fiero océano insalvable.  
Unos de mis miedos es: soy un gilipollas, me comporto como un idiota redomado, y por tanto los demás hacen de mí lo que les da la gana. Fácil de convencer, de esto o de lo contrario, fácil de embaucar, cobarde, capaz de entregar su reino no ya por un plato de lentejas, por una cuchara, dependiente de los demás, que busca siempre la aprobación externa a cualquier precio. 
Esto está cimentado, sin duda, también, en trozos de realidad. A lo mejor soy así. Pero esa no es la cuestión: la cuestión es sentirte. Estar solo no es problema, el problema es sentirte solo. El problema es cómo te ves a ti mismo, qué ves en el espejo. Si lo que ves es una mala persona, huirás, no querrás estar cerca de ti". 

 

 

26 de marzo.

"Vuelvo a mi trabajo. Antes de dejar de ir, me había metido de todo durante tres días, estando adentro. Veo a los compañeros. Bajar, subir a los refugios, seguir haciendo las mismas tareas. Un paso, y hay un tipo enfrente; sé quién es, tiene la cara de aquel capullo manco. Me jode verle, me jode tener que verle aquí. Me vacila. Casi le pego."

¿Sirven los sueños para ajustar cuentas, para pasar revista al pasado, para corregirlo, hacer lo que no hiciste, tener otra oportunidad y resolver aquello que quedó pendiente, enquistado y que amenaza con permanecer desajustado para el resto de la vida?

Camuñas intenta leer lo que ha escrito para que el sueño no se le olvidara. No entiende lo que ha escrito. Ahora sí que no recuerda nada. entiende lo del manco: un tipo al que le hubiera gustado pegar. Un poco ridículo sí eres, Camuñas. 

 

Martes 28 de abril. 

Un concierto. Gente. Camuñas pone en el Facebook: "No encuentro cosas que me gusten de barricada. Olvidado". Es una venganza, a ella le gustaban.

 

18 mayo. 

Casa de Sara. El camello. 

 

 

Junio.

 

Jueves 25. 

"Vuelvo a los líos, pero está vez son mejores, tienen solución. Un hospital, Olalla me espera en la puerta. Saludos. Y pienso que siempre saco algún beneficio de los costes con que pago mis destrozos. Y otro sueño: Aurora, mi madre y yo, un autobús". 

"A la vuelta, Arturo va a llevarme unos zapatos y la cartera". 

"Hago parar el autobús". 

"Él esta con su novia y hay otro tipo más. Vamos a un dentista. Le compro cosas a Aurora. No funciona la tarjeta. Sueño que no me llega el dinero".

 

 

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Psicoanálisis.

 

Sigmund Freud, psicoanalista austriaco.

 

Las mujeres envidian el pene y los hombres temen la castración. Esto se manifiesta a través de sueños, donde aparecen objetos en forma fálica, como una pistola que no llega a dispararse. 

 

Técnica de libre asociación y la interpretación. El inconsciente. 

Descifrar los procesos mentales inconscientes.

 

Freud sueña con agresiones frente a mujeres, relaciones amistosas con hombres... Su personalidad es la de un hombre trabajador a quien le encantaba estar en compañía de otros hombres y que desarrolla teorías que muchos consideran hostiles para las mujeres.

 

Su discípulo es Carl Jung.

 

Jung sueña con animales, encuentros amistosos con mujeres... Su carácter es solitario, amante de la naturaleza y le encanta la compañía femenina.

 

 

La Teoría Gestall.

Nueva corriente que analiza los sueños.

Cualquier elemento de un sueño, desde un pez hasta una fuente, representa una faceta de la personalidad del paciente.

Según David Foulkes, los sueños son un reflejo de la personalidad y preocupaciones del que sueña, pero de una forma no tan misteriosa.

 

A través de de los sueños se adquiere conciencia de las preocupaciones que no se está dispuesto a admitir o considerar en medio del ajetreo de la vida cotidiana.

 

Sueños inquietantes en vez de placenteros, en su mayoría. 

 

La actividad mental durante el sueño es mucho más profunda.

 

El círculo representa un valor universal, la unidad.

 

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SUEÑOS AJENOS.-

 

"Hoy en el sueño, una mujer joven, una niña, yo. Un escenario de teatro. Antes de comenzar la función me subo en el borde del tablao, donde lloro delante del público.

Una chica morena. Una buena época. Una separación sin vuelta. Su familia. Los del teatro sumergen un camión y una grúa en el océano. El director, desde el agua..." M. Oboso.

 

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