Serie Cuatro pasos. 1984


                                                                     
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1984


Estas eran las palabras que tenía en la cabeza, cuando quería hablar bien, siendo un adolescente pasota y raro, intratable y sin límites establecidos.

Pasota es un palabra en desuso, pertenece a la jerga cheli que hace treinta o cuarenta años usaba los jóvenes, proveniente de la jerga delincuencial. Como "me va el rollo" y cosas así. Un jari (un lío, una odisea), salir de pira (irse corriendo, najando, sal de naja)... Guaimolar, a mogollón... Al billete de mil pesetas, nuestro sueño, se le llamaba saco o talego. A las monedas, pavos...

Ser como Ramoncín y perder el tiempo en el Rastro era nuestro objetivo. El heavy, nuestra religión; el Rock siempre estaría ahí.  
"Viva el rollo".

Corta. Éste LP salió en 1982. Pablo LM Carmuño se lo sabía al dedillo. Ya tenía el Barriobajero y el mítico Arañando la ciudad (uno lo poseía su amigo Gonzalo Gil y el otro, Javier Gasco, el Perro, y que lo tuvieran ellos es como decir que lo tenía él mismo, puesto que andaba la mitad del día en casa de sus amigos), auténticas biblias sonoras. Pero el Corta se lo compró Pablo en Harpo, la tienda de discos. En este año sale Ramoncinco, aún con canciones memorables, pero ya la cosa empieza decaer, a veces muy despacio, a veces vertiginosamente.
En el instituto, llegando el verano, convocaron un premio de poesía. Esto es lo que Pablo LM Carmuño escribió en su diario:

Me lo pensé algún tiempo. Sabía que iba a haber una entrega de premios y eso no me apetecía nada. Confieso que también me pudo la vanidad, demostrar que puedo componer un poema, o algo así. Sabía que es mediocre lo que escribía, pero sabía que la mediocridad era moneda de cambio en el instituto del Palomar. Pensé que no se perdería nada, y en una noche escribía algo como lo que vemos arriba. 
Me dieron el premio. Subí al escenario y deprisa me perdí entre mis amigos, con la cabeza baja. Nos reímos mucho con la situación.. Un macarra había ganado.


Carlos F. era un buen profesor, un buen tipo, discreto y concienzudo. No encuentro adjetivos para acompañar su nombre, porque no hacíamos buenas migas, nunca habíamos hablado, él me ignoraba y yo a él, y en realidad no le conozco. Era joven, con buena presencia, estaba lo suficientemente delgado y fuerte, con un bigote contundente, ágil y con toda la prestancia de un buen maestro, jovial. Nos daba inglés. El inglés y yo no nos hablábamos, siempre suspendía ingles. 
Pero descubrí algo sobre Carlos F. en los últimos días del curso, dos episodios que me sorprenderán gratamente y me convencerán de que es un muy buen tipo. Primero, sucedió que , tras la entrega de premios, me dieron un vale de no-me-acuerdo-cuántas pesetas para una librería chula que había en la plaza.  Es posible que el vale me lo diera Carlos F. Fui a la librería y saqué una pluma y libros, ese día estuve contento. En la clase, Carlos F. me sacó del sopor matutino llamándome: tenía que salir a la palestra. Extrañado, salí y me puse de pie frente a la clase, que es lo que se hace en estos casos terribles pero muy necesarios, productivos. Expuesto a la clase.  Yo no sabía que coño quería este Carlos F., tan simpático, pero tan desconocido y para el que yo era también perfecto desconocido, sino un gamberro a evitar. Como me preguntara algo de inglés, iba a haber risas en el local.  frotándose la barbilla por debajo del bigote. 

Carlos F. dejó que yo llegara a la pizarra, con paciencia y en silencio. Cuando estaba a tiro dijo: "Escribe estrella". "Di qué significa…" 

En ese momento me enfadé bastante. Me sentía tratado como un sospechoso. Aquel simpático profe lo que había querido fue desenmascarme delante de los demás,  y lo que consiguió fue airear su duda, su sospecha, para que los demás también la sintieran. Los demás me conocían de sobra y no aceptaron aquella duda, pero yo me fui a mi sitio con la duda detrás, con la sombra del que ha sido señalado, con la certeza de que ese tipo creía que alguien como yo no podía haber escrito esos poemas. 

La segunda vez que me dieron el premio fue un completo desastre. Todo se desbordó, se salió el agua por todos los lados.

El premio al que mandé el poemario con los dibujos.

Al cabo del tiempo…  

No sé recordar bien. Siempre estoy tirándome flores, intentando quedar bien, caer simpático. La crítica en contra es algo demasiado pesado para mis hombros. Siempre creo que si alguien cree que soy un gilipollas y un necio, que no me comporto, la vida no va por donde debería y empiezo a convencerme de que nada merece la pena. Y el caso es que no sé comportarme en la mayoría de las ocasiones. Todo es contradictorio. Debería darme igual casi todo, pero no me da igual y me afectan las cosas que pasan, pero viéndome actuar sería fácil concluir que todo me da igual. Es por eso, porque no encajo las críticas, que soy intransigente con los demás, con las faltas de respeto que veo a mi alrededor. Odio ver a alguien faltando el respeto a alguien o de algo. Soy intransigente con los defectos que yo mismo he desarrollado en ocasiones, sobre todo en etapas de intoxicación, porque yo lucho por no padecerlos. Esto es un mecanismo diabólico…

Cuando estaba en tercero de BUP, gané en dos años el concursillo de andar por casa que convocaban los profes. Había que hacer poesía y yo me acordaba de Vicente Alexandre y Octavio Paz y me ponía serio, solemne y melancólico escribiendo chorradas sin sentido, pero que no sonaban mal.

El premio era un vale… 

La primera vez, me compré una excelente pluma en la librería que había en la plaza Mayor, al fondo, en los últimos soportales..


La segunda vez, con aquello del vale, vino el desastre.
El profe este estupendo que tenía diabetis y siempre comía manzanas. Ya habíamos estado en Granadilla...
Poco después del día en que se tuvieron que dar los premios de los concursos de aquel año, me dijeron: "...Se ha perdido el vale de la librería, creemos que lo han robado. Hay que esperar a que se compruebe si alguien acude a la librería con ellos y los utiliza".
La verdad esa que no me dieron tantas explicaciones ni tan detalladas como esto. Lo han rodado y hay que esperar a ver si lo solucionamos, me dijeron. Bien, pues esperé un día tras otro. Pero resulta 


Los profesores no eran santos de mi devoción, me caían mal… 

El profesor de Ética iba de gente de lo más comprensiva, nos dijo: “Si vuestro padre es alcohólico, si vivís una situación difícil, si necesitáis hablar con alguien, podéis recurrir a mi…” Eran justo las palabras que alguien necesita escuchar para dejar de desear contarle nada a este gurú de medio pelo. No entendía nada, no entendía cuáles eran nuestras inquietudes y nuestro malestar y nuestro deseo de afirmarnos, de ser miembros de algo bueno. No éramos parte de un drama griego, no queríamos ser actores de una obra de teatro en la que no nos pidieran nuestra opinión. Y no queríamos ser una víctima que cae en la red de un profesor cotilla…  




Más trompetas, menos metralletas. 



Leo en una crónica, un blog, de un cacereño al que en este año conocíamos todos los que pululábamos por La Madrila y que hacía música, un buen tipo que se llevaba bien con todo quisqui. Creo, lo que yo veía, no porque me conociera a mi: 

"
Según cuentan las crónicas, fue una noche de primavera del año del señor de 1984. Cáceres. Ciudad Deportiva. Frontón. De allende las Españas había llegado a Extremadura una compañía de teatro a poner en escena un espectáculo al que los entendidos catalogaban de diferente. No era una compañía, era otra cosa. No era teatro, eran otras formas. Era La Fura dels Baus. El recinto, a rebosar. Sus paredes, expectantes. Y de pronto, hachas, sierras mecánicas, un coche destrozado. Desconcierto. Miedo. Pánico y acción. 
Confusión, mucha confusión. ¿El espectáculo era así? ¿Esto era lo que veníamos a ver? Sí y no. 
Del fondo de un bidón, de la esquina oscura del lado norte, comenzaron a salir jóvenes con crestas que portaban el hacha, la sierra y la rabia.
No, no eran los actores de La Fura. Eran de aquí. No hubo espectáculo, o tal vez sí. La acción, la verdadera acción, duró apenas unos minutos. Los que estábamos allí nunca lo olvidaremos. La Fura se fue (sin actuar) y el punk llegó a Cáceres. 
Sí, porque esa noche de 1984 (la fecha que cuentan las crónicas) fue el bautizo de sangre artificial del movimiento punk en Extremadura.
Al día siguiente la prensa local dio buena cuenta de ellos. 
Los punkis habían salido, por fin, de las esquinas desiertas de la indiferencia. Todos hablaríamos de ellos. En lo bueno, y en lo malo. En la salud y en la enfermedad. 
Entre el público, apenas imperceptibles por la oscuridad del frontón, dos muchachos que bien conocían la Calle Caleros y Diego María Crehuet. Sus nombres aún no aparecían en los carteles y las octavillas del Río Verde. Pero no faltaba mucho."
  

Yo no lo viví así y tampoco lo contaría así. Si para mí los punkis pudieron ser protagosnistas de épicas noches y tenían mis respeto, en general, no contaría aquella noche en que íbamos a ver actuar a La fura del baus como una de ellas, ni pizca de gracia hicieron, y yo nunca creí que aquello era cosa de punk, sino de cafres redomaos. Tampoco diría yo que fue en 1984, aunque puede que sí, el caso es que yo iba con Sara, y si es verdad que fue en este año, nos acabábamos de conocer. Eran las noches más felices de mi vida, las que arrancábamos al reloj y las circunstancias me permitían estar con ella. Probablemente sí fue obra de los punkis, este tipo que lo cuenta sabe más que yo de lo que pasaba en Cáceres, y quizás es verdad que El Marrajo y los suyos aparecieron de las sombras cargados de armas y jodieron el coche. Yo al que vi fue a el... No recuerdo el mote, pero era un mote muy cacereño, como todos los que había por allí.  

Para nosotros, los punkis estaban en el medio ambiente hacía ya tiempo. No daban miedo, eran buena gente, punkis especiales, que hablaban con acento cacereño. Y todos en el instituto conocíamos al Piti, muy punki y muy tratable. Había otros, que venían de las trescientas (algunos, no los de las trescientas en general) o alguno de los personajes que nos vendían cien duros de hachís en las cuatro esquinas, que, no es que dieran miedo, es que estaban frontalmente enfrentados a mí y a los míos, a mí especialmente. Y esto es como todo, nada mejor que conseguir meterle miedo en el cuerpo a alguien para tenerle debajo, nada como sentir miedo para que el otro lo sienta y tienda a rentabilizarlo, por mucho que al darte la vuelta se muestre afable, cordial y simpático con los demás; si caes en la trampa, seguirá el rollo del cuento del lobo feroz, creerá que se ha ganado, por suerte, el trofeo y lo reclamará.  
Yo venía de Las Minas de Aldea Moret, su barrio enemigo, y cuando estuve con mi primo Paco y los de La higuera aprendía que no tenía por qué tener miedo a ninguno de ellos, que nosotros éramos mucho mejores y que teníamos a los de La Higuera. Cuando yo iba con ellos a la discoteca, al columpio, a... no había nadie, ya fuera de Las trescientas, gitanos o quien fuera, que nos infundiera miedo.
Pero esto era otra cosa, aquí no estaban mis colegas de Las Minas, yo ya no vivía allí, y ahora los que me rodeaban eran gente de mi instituto, gente de mi edad, menores que estos cafres que iban por ahí boicoteando conciertos de todo plumaje y campando a sus anchas. Marrajo y los suyos nunca me tratarían bien si me acercaba demasiado, yo quizás formaba parte su amplio abanico de enemigos (alcahuetes, dirían ellos), pero bastaba con sentarse en el otro lado de la plaza y no entablar conversación. No causaban problemas (sí a los curas de la iglesia que pusieron patas arriba). Los peligrosos eran estos que te podían abordar sin miramientos y tratar de amedrentarte, que olían nuestro miedo en la distancia, para los que paríamos presas fáciles de abusar.
Ya nos pasó en un concierto que montaron en el pabellón de deportes de al lado del instituto, un maratón que había organizado no sé quién y que se trataba de juntar en un escenario a grupos de todo tipo. Eso no podía salir muy bien...

Suerte que con ellos iba un tipo que más tarde llegará uno de nuestros mejores colegas, el Snorre. 


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