Serie Textos propios. Cap. 4. Ñoema.
En 1986, después del entierro de Luis, Camuño, que contaba ya 16 años del ala, decidió que sería conveniente participar en algún premio de poemas, por si el esfuerzo le reparara algún beneficio. Más que beneficio económico o de reconocimiento, lo que buscaba es dar salida a una corriente interior ingente y desbordada que le impulsaba a expresarse, a dar salida a sus deseos, frustraciones y vivencias, encontrar la puerta que daba allí donde quería estar. Este impulso enredado y confuso encontraba su mejor respuesta en la poesía, en la búsqueda de metáforas, en ese tratar de adentrarse en misterios e historias sin solución ni respuesta clara. Y un impulso y ganas de participar, de sentirse parte de un grupo de iguales. El beneficio material, si lo hubiera, para el que realmente no había esperanza realista, quedaba lejos, pero el beneficio personal estaba en su mano: un estar solitario entre la gente y ponerse a una tarea, atraer la atención en algo positivo (tarea que no solía practicar). Desempolvó los escritos que había traído consigo desde la niñez (les había llamado "Poemario elemental", "Ñoema", basado en componer algo con la misma letra del abecedario), ese torrente de creatividad torpe y desarrollo a su manera y ritmo, en la ciudad que había quedado atrás, Móstoles, ensayos y propuestas que había sacado de sus días con Ventura, su profe de lengua; escribió rápidamente algunos más, ahora en la ciudad estancada, Cáceres, donde había perdido el rumbo y deambulaba sin razón ni destino, buscando únicamente diversión, y los unió, para completar un texto. En el entierro de su amigo Luis, aquel agradable muchacho que quiso siempre quitarle la novia, lloró, lloró mucho, lloró por todos, por él mismo, por lo que sucede y lo que no, por lo que se va y por lo que no puede irse. Y estuvo una semana celebrando la suerte y el pesar de estar vivo ingiriendo jarras y jarras de cualquier líquido que entonara. Cuando llegó el día concertado como límite final para entregar los ejemplares, como le venía pasando con cada proposición que se hacía, con cada plazo, cada propósito, no lo había ni terminado ni adecentado ni aún maquillado, aún no había logrado nada decente con lo participar y, de nuevo, otro gozo en el pozo. Pablo entendía mucho de pozos llenos de gozos sin madurar. Aún así, ni corto ni perezoso, fotocopió lo que tenía y según lo tenía, y lo envió, con manchas, dibujos, mal escrito y peor presentado, incoherente y desigual, balbuceante y caótico, con la única intención, al menos, de dar guerra. O dársela a sí mismo, no lo sabemos muy bien. Fastidiar, molestar a un mundo que te fastidia, que te molesta, era su principal tarea diaria. Y levantar la mano para advertir de que las cosas no solo se pueden hacer como habitualmente nos cien que hay que hacerlas. Y esto es, pues, lo que envió, y se quedó tan campante, como si hubiera hecho algo.
Algunos dibujos son de Sara.
G. F.
Pasados unos cuantos años, sucedió que su amigo Kiko, ese gran tipo que siempre hubiera sido tan bueno tener cerca, pero que, como sucede habitualmente, caminos distintos acaban por hacer que nunca más lo vuelvas a tener el honor de que te acompañe, le contó a Camuñas que conocía un profesor que le había confesado que fue jurado en un premio de poesía donde concedieron el premio a un poemario concreto, pero que al profesor en cuestión le hubiera gustado dárselo a otro distinto que les llegó con dibujos, manchas, tachones y versos torpes de principiante. Con esto, Pablo Camuñas dio por muy bien pagado su trabajo, doblemente beneficiado: por el reconocimiento de un anónimo profesor desconocido y, sobre todo, por la tan importante mención que le había regalado su amigo Kiko Fernández. Las conexiones beneficiosas son más valiosas e importantes que cualquier fortuna, impagables. En realidad, son halagos, afinidades de compinche, relaciones que sacamos de la chistera jurando que magia son, y que tienes el placer de recibir muy de vez en cuando de personas amables, como mi buen amigo, conexiones buscadas, que hacemos que se dejen encontrar; pero no dejan por eso de ser excelentes regalos. A veces la vida te regala flores vivas que nunca se marchitan.
Comentarios
Publicar un comentario